Lectura Recomendada | Monseñor Romero. Vida, pasión y muerte en el Salvador

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El 24 de marzo de 1980 era asesinado junto al altar Óscar Arnulfo Romero. Nombrado arzobispo de San Salvador tres años antes, monseñor Romero no dejó a nadie indiferente durante ese tiempo. En medio de una situación compleja en su país( El Salvador), marcada por profundas injusticias sociales y por la violencia política, Monseñor Romero vivió un compromiso vital evangélico hasta las últimas consecuencias con los pobres y necesitados del país y con la búsqueda de una paz nacida de la justicia social.

Esta biografía de Roberto Morozzo nos acerca de un modo profundo al conocimiento de la persona de Romero desde la infancia hasta el drama de sus últimos días, pasando por los hitos esenciales de su compromiso evangélico como el asesinato de su entrañable amigo sacerdote Rutilio Grande. 

Romero se sentía responsable del pueblo, especialmente de los más pobres. Por eso se hizo cargo de la sangre, el dolor y la violencia, denunciando las causas de tantas injusticias en su carismática predicación dominical seguida en la radio por toda la nación. Podríamos decir que en él  se produjo una “conversión pastoral”, gracias a la adquisición de una fortaleza indispensable en la crisis en la que se encontraba el país. Romero “olía a oveja” y supo vivir como pastor en medio de su pueblo.¡Es conmovedor ver a los campesinos que todavía hoy le hablan, arrodillados ante su tumba! Fue obispo según la mejor tradición, enriquecida por la gran enseñanza del Vaticano II.

La figura de Romero se presenta ante nosotros, crisitianos del siglo XXI, como la encarnación de una Iglesia comprometida con los pobres, que vive en las periferias. Su rostro, su biografía y su martirio nos invitan a mantener la esperanza contra toda esperanza.

Sus palabras y su testimonio nos siguen iluminando hoy: “Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquél que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios” (Homilía del 5 de febrero de 1978)

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