Andrea Riccardi: «Vivimos en una democracia intimidada por la nueva religión del conformismo»

Conferencia pronunciada en las XI Jornadas de Teología Pastoral de la Universidad Pontificia de Comillas.

(J.M.Vidal, Religión Digital)

El historiador y político Andrea Riccardi fue el primer ponente de las XI Jornadas de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas, que se están celebrando en Madrid. El fundador de la Comunidad San Egidio disertó sobre «La aportación de la fe a los procesos políticos de reconciliación» e invitó a una «movilización» de los creyentes por la paz, huyendo del conformismo. Porque «la paz es algo demasiado serio para dejarla en manos de los políticos y de los militares».

Las XI Jornadas las inauguraron el rector de Comillas, Julio Martínez, y el decano de la Facultad de Teología, Gabino Uribarri. Tras agradecer la presencia de los ponentes, el rector justificó el tema, asegurando que «la humanidad está herida, no de muerte, porque depende de Dios, pero sí atravesada por el mal de la fuerza y de la violencia, al tiempo que mantiene el deseo y el sueño de alcanzar la paz».

Un deseo de búsqueda de la reconciliación al que se ha sumado la Compañía de Jesús desde hace años, concretamente desde la Congregación 32, que propuso «el servicio de la fe y la promoción de la justicia» por medio de «la transformación de las estructuras y la conversión del corazón». Porque «la justicia y el amor son compañeros de camino».

La justicia también tiene que caminar de la mano de la solidaridad, como propuso la Congregación 35, según expuso Julio Martínez. De ahí «la necesidad de estar en las periferias y establecer puentes entre ricos y pobres».

A continuación, intervino el decano de Teología, recientemente nombrado miembro de la comisión teológica internacional, Gabino Uribarri, para señalar que «el tema que nos convoca es el cogollo del cristianismo y el núcleo substantivo de la fe cristiana». De ahí «la urgencia de este ministerio de paz y de reconciliación».

El olvido de las lecciones de la Historia

Tras la presentación de las Jornadas, intervino el primer ponente. En una sala abarrotada, con gente en los pasillos, Andre Riccardi comenzó describiendo la situación actual de tintes sombríos. «Hoy la paz está amenazada». Y fue señalando los diversos focos de conflictos y de guerras, asi como «la violencia ciega del terrorismo».

Una violencia que, a veces, hunde sus raíces en la religión y, por eso, «algunos creen que las religiones son vehículos de violencia». Y eso que, después de la caída del comunismo, «sentimos la esperanza de una época de paz larga y duradera y parecía posible el antiguo sueño de una mundo sin guerra». A su juicio, la humanidad soñó que, así como se había abolido la esclavitud, también podría vivir en un mundo reconciliado.

Pero, pronto «se olvidó el horror de la II Guerra Mundial» y «explotó, además, la violencia en nombre de la religión». De tal forma que «hoy se ha vuelto a rehabilitar la guerra como método de resolución de conflictos, olvidando las lecciones de la Historia«. Y Riccardi añadía: «Se olvidó que las guerras empobrecen a los ricos y destruyen a los pobres, porque son las madres de todas las pobrezas».

¿Qué pueden y deben hacer los cristianos ante este panorama?, se preguntó el fundador de San Egidio. Y tampoco aquí se mostró demasiado optimista por lo que los creyentes están haciendo. A su juicio, «nos atrapa la impotencia y el pesimismo y se enfrían las grandes pasiones de la unidad».

De tal forma que «los creyentes se repliegan» y, como consecuencia, «una Iglesia que no se mide con el problema de la guerra y de la paz es una Iglesia introvertida», en un momento «en que hay mucho que cambiar y que curar».

A su juicio, la impotencia para acabar con las guerras torna a los cristianos «pesimistas, sin sueños, resignados». Es decir, impotencia y pesimismo. «Estamos en una época democrática intimidada por esa nueva religión del conformismo, del no se puede hacer nada, del siempre ha sido así, y del miedo».

La fe que mueve las montañas del odio

Para Riccardi, el antídoto del miedo es la fe, «la fe del creyente que cree realmente que puede mover montañas y no la fe del que se queda quieto junto a las montañas del odio, de la violencia y de las armas».

Una fe plasmada en oración, que es, a su juicio, «el grito de quien no se resigna a la guerra y al odio». La oración que «nos hace audaces en la esperanza, porque nada es imposible para el que tiene fe».

Porque, para los cristianos la paz tiene que ser, ante todo, una «realidad personal: el cristiano está llamado a ser un hombre pacífico y el primer acto de paz es resistir al odio y a la violencia». La misión del cristiano es «resistir a la violencia».

Riccardi recordó que todos los Papas del siglo XX y del siglo XXI fueron «trabajadores de la paz», pero, «a veces, los fieles católicos dejaron solos a los Papas en esa labor», olvidando que el carisma del cristiano es ser «pacificador».

Y no sólo ante las guerras, sino también ante «la violencia de una economía ciega que hiere a los pobres y bendice a los ancianos con una esperanza de vida mayor pero con la maldición de vivir sus últimos años abandonados».

Por eso, Riccardi, invitó, siguiendo la estela del Papa, a una «gran movilización» de los creyentes por la paz. Una paz que «tenemos que construir a través del diálogo, porque, «sin él, el mundo se ahoga». Y añadía: «El diálogo crea puentes, muestra la esperanza de que la paz es posible, acorta distancias y previene los conflictos».

Para ser puentes, los creyentes tienen que tener claro, según Riccardi, que «la paz es algo demasiado serio, para dejarla sólo en manos de los políticos, de los diplomáticos y de los militares. La paz es misión nuestra, misión de todos los creyentes». Profundamente interpelados por su ponencia, leída con la pasión de los que trabajan por la paz a pie de obra, los presentes prorrumpieron en una sentida ovación. Reconocimiento a la labor de un laico pacificador, de un pontífice del diálogo y de la esperanza.

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