«Recuerdo de Modesta»: Más acogida y responsabilidad para que nadie muera en la calle por abandono e indiferencia

Un frío día de invierno de 1983 dejaron morir a Modesta Valenti en los alrededores de la estación Termini en Roma, porque quienes debían salvarla no la subieron a la ambulancia por las condiciones de higiene en las que se encontraba. Estaba enferma, se sentía mal, pero después de horas de agonía, murió esperando un auxilio que jamás llegó. Fue una víctima del «NO», no actuar, no acoger, no asumir la responsabilidad del otro.

Como ella, muchos siguen muriendo hoy en las calles de nuestras ciudades, en soledad, abandono y dificultad, en ocasiones incluso por una cultura de violencia que se ensaña con quienes no tienen un hogar y una familia.

En una Iglesia Nuestra Señora de las Maravillas repleta de fieles, junto a Modesta Valenti, recordamos con nombre propio a tantos mártires de la indiferencia y del «no» como Joaquín «El Piraña», Florin, Mariluz, Marc, Rotislav, Asad, Isabela, Fernando, Lukas, amigos que han muerto en los últimos años, víctimas de una sociedad que no defiende lo suficiente a los pobres y muchas veces prefiere «cambiarse de acera» para evitar al que sufre.

En esta liturgia del nombre, una vela brilló por cada uno de los fallecidos en Madrid, en una Eucaristía presidida por Don Jesús González Alemany, vicario de la Vicaría VII, quien afirmó que lo sucedido con Modesta y con tantos «no puede borrarse de la historia» y debe servir para «pasar de la cultura del descarte a la del encuentro», viviendo en comunión y amistad con los hermanos que más lo necesitan.

En referencia al Evangelio de la curación del leproso, Alemany recordó que Jesús se acercó para tocarle y así curó su enfermedad.

El poder sanador de Jesús curó al leproso tocándolo, acercándose a él, desde un encuentro personal. Dejemos también que Jesús toque nuestra vida y nuestra fragilidad, para que también lo hagamos nosotros con quienes tanto lo necesitan.

Desde hace más de 40 años, la Comunidad de Sant’Egidio recuerda en muchas ciudades a los fallecidos por la dureza de vivir al raso, para que de la memoria y el dolor por estas muertes renazca un compromiso más fuerte de acogida, solidaridad y cuidado para quien no tiene la suerte de tener un hogar.

En Madrid, como en muchas ciudades donde está presente la Comunidad de Sant’Egidio, este compromiso se expresa de forma concreta con acompañamiento, orientación, alimento, amistad y oración con nuestros «amigos de la calle», como llamamos cariñosamente a quienes encontramos todas las semanas en nuestros repartos itinerantes por la ciudad.

Son jóvenes con problemas, adultos que han perdido el empleo, ancianos que no pueden pagar el alquiler, migrantes recién llegados que no encuentran acogida. Cada uno de ellos tiene un nombre y una historia, que no nos resignamos a que quede escondida tras los rincones y las aceras de las calles de nuestra ciudad.

Después de la Eucaristía, celebramos con algunos de estos amigos y hermanos una comida fraterna que nos recuerda cuán importante es la amistad y el trato personal para quienes muchas veces son invisibles y no encuentran sitio en el ajetreo de nuestras ciudades.

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