«Morir de Esperanza»: Más compromiso y acción para que nadie muera en busca de futuro

Coincidiendo con la 109ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, la Comunidad de Sant’Egidio en Madrid recordó en la Eucaristía «Morir de Esperanza» a las 4.323 personas que han perdido la vida durante el último año en el Mediterráneo, el Atlántico o en peligrosas rutas terrestres, en busca de un puerto seguro en Europa. Desde 1990 a la fecha, más de 66.000 seres humanos han fallecido intentando cumplir este sueño europeo.

En una abarrotada Iglesia Nuestra Señora de las Maravillas, que congregó a cientos de personas, la emotiva Eucaristía presidida por el arzobispo de Madrid, José Cobo también recordó a quienes han muerto en las distintas rutas migratorias del mundo y a los desaparecidos, cuyo número e identidad se desconocen, pero que están en el corazón de Dios.

No son simples cifras que no paran de crecer a causa de la miseria, la guerra o las catástrofes naturales, sino personas con nombre propio e historias con un triste final, como el de la pequeña Lilia, de apenas seis meses, cuyo cuerpo apareció el 11 de julio en una playa de Tarragona. Esta bebé procedente de Argelia, murió junto a su madre Samira, tras naufragar la embarcación en la que viajaban. Más de 138 niñas y niños perdieron la vida en el Atlántico y el Mediterráneo en lo que va de 2023.

Junto a niños y bebés, también mueren jóvenes como los sirios Osama (25 años) o Shaw Muhammad (22 años), que intentaban escapar de Libia en una embarcación que volcó en las costas de Grecia cobrándose la vida de 700 personas, en su mayoría procedentes de Siria, Egipto y Pakistán.

«Recordamos a quienes fueron olvidados mientras estaban vivos, ahogados en ese mar de indiferencia. El mal borró sus nombres, pero Dios nos enseña a amarles, recordarles y sacarles del anonimato para no acostumbrarnos a estas muertes», afirmó la responsable de la Comunidad de Sant’Egidio, Tíscar Espigares, al inicio de la Eucaristía

Nuestra celebración de hoy no es sólo mirar al pasado -que ya es un deber ante tanto dolor-. Es sobre todo una mirada al futuro, para que asumamos nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo más humano donde nadie tenga que volver a morir así.

Muchos mueren en el Mediterráneo, en el Atlántico, en el Canal de la Mancha o en las costas italianas, pero también en zonas desérticas de África, como Fati (30 años) y Marie (6 años), madre e hija que perdieron la vida en el desierto de Túnez, luego que las autoridades de este país desplazaran en condiciones infrahumanas a miles de migrantes subsaharianos tras los acuerdos de control migratorio entre Túnez y la Unión Europea.

A medida que se iban conociendo los nombres y las terribles circunstancias en las que perecieron tantos buscadores de esperanza, muchas velas se fueron encendiendo en señal de memoria y compromiso de «no estar de brazos cruzados ante las injusticias, sacudirnos de la insensibilidad y de tantos silencios», en palabras del arzobispo de Madrid José Cobo.

«Es un bonito gesto en esta Jornada Mundial del Migrante y Refugiado dar voz a quienes ya no la tienen, a quienes buscaron la esperanza y se les ha quebrado por las dificultades del viaje, las injusticias de las mafias o la indiferencia de Europa».

Durante su homilía, monseñor Cobo recordó que en nuestra ciudad de Madrid y en toda Europa la migración es parte de nuestra sociedad y «un signo de nuestro tiempo», que nos invita a trabajar para que existan condiciones de vida y dignidad tanto en los lugares de origen–para garantizar el derecho a no tener que migrar–, como en los de tránsito y destino.

Por su parte, el coro de la Asociación Karibu puso música a este recuerdo con cantos africanos que reflejan la vitalidad y energía de este sufrido continente, de donde proceden gran cantidad de los migrantes, desplazados y refugiados que realizan esos peligrosos viajes de esperanza para llegar a Europa.

La Comunidad de Sant’Egidio organiza desde hace más dos décadas la Eucaristía «Morir de Esperanza» en muchas ciudades europeas para sensibilizar sobre el drama de la migración forzada y promover un mayor compromiso de solidaridad, acogida e integración. En Madrid, esta celebración se realizó junto con la Archidiócesis de Madrid a través de la Delegación Diocesana de Migraciones y la Mesa de la Hospitalidad.

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