Recordar a quienes mueren buscando futuro es rebelarse contra la indiferencia. Eucaristía «Morir de Esperanza» en Madrid con el Cardenal Osoro

En un día en que el Papa Francisco nos invitaba a un «nosotros cada vez más grande», la Comunidad de Sant’Egidio recordó a los cerca de 5 mil migrantes y refugiados que han muerto en el último año intentando llegar a Europa a través del Mediterráneo, el Atlántico y las diferentes rutas terrestres y desiertos en las que su esperanza quedó sepultada.

Entre septiembre de 2020 y septiembre de 2021, catorce personas al día han «muerto de esperanza», sin contar a los desaparecidos cuyo número y nombre desconocemos. No son una estadística, ni un promedio. Conocer sus historias y recordarles por sus nombres es también una forma de reberlarnos contra la indiferencia y afirmarnos como hermanos.

Niños como Ayklan Kurdi, Samuel, Elene, Sisokó y tantos otros que murieron intentando encontrar un lugar para crecer son la expresión de «un nosotros demasiado pequeño, excluyente y cerrado. Son víctimas de un nosotros egoista que no es capaz de mirar más allá de los muros de su propio bienestar«, destacó Tíscar Espigares, responsable de la Comunidad de Sant’Egidio, durante la Eucaristía Morir de Esperanza, que coincidió con la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado y que se realizó en conjunto con la Mesa por la Hospitalidad de la Archidiósesis de Madrid.

La celebración estuvo presidida por el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro quien en su homilía destacó que Dios no nos llama simplemente a «vivir con los otros, sino a verdaderamente construir un nosotros» en el que nos reconozcamos como hermanos. «Jesús descalifica el exclusivismo y la intolerancia». La Jornada Mundial del Migrante y Refugiado es también una llamada a «vivir de forma radical y concreta los sentimientos de Jesús, con nuestros hermanos», dijo el cardenal Osoro.

Una vela fue encendida por cada historia y cada nombre, a medida que se iban conociendo las terribles circunstancias de sus muertes, como la de la niña Elene Habiba fallecida por deshidratación, el pequeño Artim, kurdo iraquí de 15 meses, ahogado con toda su familia mientras atravesaba en barca el Canal de la Mancha o de la joven ecuatoriana María Fernanda, cuyo cuerpo fue encontrado en el desierto de Texas al ser abandonada por los traficantes que la llevarían a Estados Unidos.

La celebración fue acompañada por los cantos africanos del Coro de la Asociación Karibu, que nos acercaron a la realidad de África, continente de donde proceden gran cantidad de los migrantes y desplazados que buscan llegar a Europa. Sus voces entonaban también la esperanza de recomponer la familia humana, fracturada por el muro del «nosotros y ellos».

Cada año, la Comunidad de Sant’Egidio celebra en diferentes ciudades europeas la  Eucaristía “Morir de Esperanza” como una forma de romper la indiferencia frente al drama de la migración. A través de nombres propios e historias concretas se retratan las causas profundas de la huida de tantos para que a partir de la Oración y el recuerdo, germine en cada uno el compromiso de acogida, integración y protección de nuestros hermanos en dificultad.

Este recuerdo va unido al trabajo constante de la Comunidad de Sant’Egidio por la apertura de Corredores Humanitarios y vías seguras que permitan acceder a Europa de forma segura y sin tener que jugarse la vida en las peligrosas travesías para que nadie más tenga que «Morir de Esperanza».

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