El terror se afronta con políticas sociales y un compromiso con la educación (Andrea Riccardi en el «Corriere della Sera»)

Las consecuencias de lo que se hizo en Irak están ante los ojos de todos. Se trata de un escenario que no se debe repetir. Extensas partes del mundo musulmán son ajenas a este enfrentamiento: El Islam de Indonesia (200 millones) no ha creado un Estado confesional. El conflicto en curso es sobre todo entre árabes y de árabes, que quieren un liderazgo mundial a través del califato y de un desafío global.

Quien ama París siente lo terrible que ha sido el 13 de noviembre. Los terroristas han golpeado la capital que mejor expresa el espíritu europeo. El presidente Hollande ha declarado: «Estamos en guerra.» El brutal atentado terrorista en el hotel de Bamako, en Malí, quiere mostrar casi un asedio islámico a Francia. Ciertamente deberemos acostumbrarnos a vivir con los riesgos y temores de la ofensiva terrorista. Ocurrió también después del 11 de septiembre, cuando fueron atacadas Madrid en 2004 con 191 víctimas y Londres, un año después, con 56 muertos.

Es duro para nosotros, europeos, acostumbrados a pensar en la guerra como algo lejano. Es injusto y horrible. Sin embargo, la experiencia de la primera década del 2000 nos enseña algo. No se puede repetir el escenario posterior al 11 de septiembre: la guerra en Afganistán en 2001 y en Irak en 2003. Las consecuencias en Irak están a la vista de todos, con el fin de un país hoy parcialmente en manos de los yihadistas. Tony Blair ha admitido recientemente la ausencia motivos reales que justificaran el ataque a Saddam Hussein. Aquel escenario ha sido desmentido por la historia.

Hay una guerra en curso: principalmente entre musulmanes, entre suníes, entre chiíes y suníes Hablamos de Islam, pero deberíamos hablar más de un conflicto entre árabes. Extensas partes del mundo musulmán son ajenas al conflicto: el Islam de Indonesia con más de 200 millones de musulmanes no ha creado un Estado confesional. Imponentes comunidades musulmanas en Pakistán, India, China y Bangladesh, no son árabes. El Islam árabe sólo cuenta con 320 millones de personas de entre los más de 1500 millones de musulmanes. La guerra es principalmente entre árabes y de árabes que -a través del califato y de un desafío global- quieren un liderazgo mundial. El monstruo del Daesh ha disfrutado de oscuras complicidades en la Península Arábiga y en el mundo turco que tenían la esperanza de utilizarla.

Este ha prosperado en las ruinas de Irak y dentro de la larguísima guerra de Siria. Está la responsabilidad occidental de no haber puesto fin al conflicto, por no implicar a Rusia e Irán en una solución. El pueblo sirio ha sido destruido, mientras cualquier llamamiento a la razón -recuerdo el que se hizo por Alepo- no ha sido escuchado. Un conflicto de más de cuatro años no puede no «infectar» la región. Los terroristas han crecido, creándose una base territorial próxima al Mediterráneo y enclavada en Oriente Medio. Se debate mucho de Islam y terrorismo.

Sin embargo, nos encontramos ante una cuestión árabe, que deja indiferentes a muchos musulmanes en el mundo. El califato utiliza el llamamiento a la religión para extender el consenso y revestirse de un liderazgo inter-islámico. Igual que Al Qaeda. Este es el propósito de la lucha a Europa: arrastrarnos a una confrontación islamo-occidental. Recuérdense las espantosas imágenes del asesinato de cristianos coptos en las costas de Libia, anticipando una agresión a los cristianos del Norte. No podemos reconocer a los yihadistas el estatus de enemigo frontal. Sería hacerles el juego, facilitándoles el aglutinar más musulmanes detrás de ellos en Europa y en el mundo. Hay que actuar con firmeza y articuladamente. Puede parecer una respuesta débil ante las proclamas, pero aísla y rechaza el yihadismo. Se necesita dar pasos rápidos hacia delante para sanar el conflicto en Siria, utilizando los restos del (terrible) régimen y de los opositores disponibles. Así se empuja a los terroristas al desierto. Hay que sostener a los Estados árabes: Túnez, Jordania y Egipto (¿se podrá afirmar la autoridad egipcia en el Sinaí?).

Turquía e Irán son decisivos. Italia siempre lo ha creído. La verdadera debilidad europea está en los focos terroristas y en los combatientes extranjeros dentro del continente. Aquí los servicios de inteligencia y la policía deben actuar con determinación y coordinación continental. La mayor debilidad de nuestras sociedades son las grandes periferias, los aglomerados sin sentido donde un joven se convierte en terrorista. La lucha al terrorismo se hace con una política social, creando redes humanas y educativas donde hay masas anónimas (contagiadas muchas veces por la propaganda a través de Internet). Bruselas, París, sus periferias, son mundos en riesgo. Bastan pocas personas para hacer mucho daño. Los recortes en materia de política social se pagan. Han desaparecido demasiados agentes de proximidad.

El Islam europeo se está despertando también a una nueva responsabilidad, pero ha de ser más implicado. Las religiones tienen una tarea en la creación de una red. Sin el saneamiento de la sociedad, el peligro se mantiene. Y este es quizá el trabajo más difícil.

 

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